A duras penas habrÃa podido imaginar que me tocarÃa en suerte escribir el prólogo de un libro que se interesa por la relación entre anarquismo y fútbol. Uno y otro se me han presentado casi siempre como dos mundos separados, cuando no enfrentados. Si el primero forma parte de mis adhesiones conscientes y perseverantes, y me ha aconsejado entregar a la imprenta media docena de libros, cuando tenÃa que justificar la atracción que el segundo me producÃa siempre invocaba el derecho, que a todas nos asiste, de conservar un ámbito de irracionalidad que nos permita escapar a la locura dominante. Ese deseo de hurgar en lo irracional explica, tal vez, que hace tres años publicase un librito, en gallego-portugués, sobre el mejor equipo del mundo: el Deportivo de A Corunha. Y que lo hiciera –creo- con cintura y con sentido del humor, no vaya a ser que la irracionalidad se nos escape de las manos.
En el caso, improbable, de que alguien se pregunte, aun asÃ, si los caminos del anarquismo y del fútbol no se me han cruzado nunca, responderé que -no creo que la memoria me falle- lo han hecho en dos ocasiones, claro que de forma más bien liviana. La primera me invita a recordar que años atrás, y aquà en Madrid, un grupo de fanáticos tuvo a bien fundar, con mi activa colaboración, una peña deportivista que, más bien virtual, recibió el nombre de Curuxás, el apodo de un connotado maquis anarcosindicalista que campó por sus respetos, en la Galicia interior, hasta la década de 1960. La segunda subraya que en un libro que publiqué hace poco, titulado Anarquist@s y libertari@s, de aquà y de ahora, al amparo del propósito de trazar un balance del escenario presente de nuestros movimientos anarquistas/libertarios/autogestionarios, incluà un comentario que, para llamar la atención sobre la conveniencia de estimular visiones heterodoxas en los ámbitos más diversos, hurgaba en la posibilidad de concebir el deporte en general, y el fútbol en particular, conforme a reglas y valores diferentes de los que marcan sus manifestaciones modernas.
Aunque semejantes antecedentes de cruce son –lo repito- livianos, me sitúan cerca del contenido de este trabajo que el lector tiene entre las manos. En sus páginas despuntan muchas materias de interés. Las menciono de forma somera, sin más objetivo que abrir el apetito de ese lector que acabo de invocar: el solapamiento, aunque relativo, en lo que hace al origen cronológico del anarquismo y del fútbol; la deriva popular, la proletarización, de un invento burgués que permitÃa una práctica barata y, por ello, asequible; la relación del deporte rey con el sindicalismo y, más aún, con el anarcosindicalismo; las crÃticas, a menudo agrias, vertidas contra el fútbol –homologado, en su estÃmulo del vicio, a bares y prostÃbulos- desde determinadas atalayas anarquistas, o, y por dejarlo ahÃ, la defensa, desde otras de estas últimas, del deporte aficionado. Con ese panorama de fondo, por estas páginas pasan un equipo chileno que tomó el nombre de un almirante, la singularÃsima peripecia del Júpiter barcelonés, los espasmos futbolÃsticos del zapatismo chiapaneco o la condición presente y pasada de clubes como Sankt Pauli, Argentinos Juniors o Corinthians, de la mano de casuÃsticas que nos obligan a viajar de Argentina a Chile, de España a México, de Inglaterra a Italia, de Croacia a Francia, o de Brasil a Uruguay. De por medio se revelan, en suma, compromisos recios y activos con luchas que remiten al antifascismo, al antirracismo, a la contestación del machismo, a la defensa de los refugiados, a huelgas de muy diverso cariz, al repudio de la represión o a la solidaridad internacionalista.
En la parte tercera de esta obra el lector encontrará, por lo demás, cumplidas explicaciones en lo que atañe a una cuestión importante: la de cuándo corresponde atribuir a un club, o a su hinchada, una condición anarquista y la de cuándo lo que despunta en ese club o en esa hinchada son prácticas de corte libertario que, vinculadas ante todo con la autogestión, no necesariamente llevan aparejadas una adhesión identitaria, o doctrinal, al anarquismo. Creo que en ambos casos está justificada, de cualquier modo, la inclusión de esas instancias en este libro. La propia invocación de las categorÃas de fútbol alternativo y fútbol popular contribuye –me parece- a perfilar con aristas más complejas, y más finas, el argumento correspondiente.
Entiendo, en suma, que el trabajo de Miguel Fernández UbirÃa aporta herramientas sólidas para perfilar cuál ha de ser la opción deportiva promovida por los movimientos anarquistas y, de forma más general, por los movimientos de vocación emancipatoria. En ella tienen que darse cita, por fuerza, la desmercantilización del deporte, la búsqueda de fórmulas que no hagan de la competición y del triunfo el elemento mayor de la actividad correspondiente, la apuesta por la dimensión colectiva y cooperativa del juego, el rechazo de los elementos de alienación interclasista y sexista que puedan presentarse, el despliegue de prácticas de carácter autogestionario, el vÃnculo con la realidad cotidiana de barrios y pueblos, y, en suma, la crÃtica, insorteable, de lo que acarrean las instituciones deportivas y, con ellas, el llamado fútbol moderno.
Queda por determinar, eso sÃ, qué futuro tienen las reglas, el proyecto, que acabo de invocar. No vaya a ser que llevase razón Oswaldo Bayer cuando afirmó que los anarquistas argentinos no tardaron mucho en darse cuenta de que cambiar el fútbol es más difÃcil que hacer la revolución. De ser asÃ, habrá que inventar –supongo- otro juego que se dispute con los pies y con la cabeza. Y con un balón.
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