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último apunte de diario Un nuevo ciclo de protesta
   
 
07/06/2003 | Carlos Taibo | Movimientos antiglobalización - Estado español/España |
El Periódico de Cataluña (7 de junio de 2003)
 
Aun con la aparente decepción que, a los ojos de muchos, han supuesto las elecciones recién celebradas, un nuevo ciclo de protesta nos ha inundado desde mediados de noviembre. Sus motores fundamentales han sido, cómo no, la catástrofe ecológica que ha asolado -lo sigue haciendo- las costas gallegas y la contestación que ha levantado la agresión norteamericana contra Irak. Es verdad, con todo, que ese ciclo de resistencia se adivinaba ya, desde al menos un par de años atrás, al calor del crecimiento de los movimientos de resistencia global. Nada es más urgente que recordar, por cierto, que fueron estos últimos los que convocaron las manifestaciones contra la guerra desarrolladas el pasado 15 de febrero.
Si hay algo que conviene subrayar de la condición de este emergente movimiento de contestación popular es su carácter extremadamente plural. Éste se mide, no tanto en virtud de la presencia en las calles de gentes de las más dispares adscripciones políticas, como de resultas de la manifestación de iniciativas extremadamente descentralizadas detrás de las cuales se esconden visiones muy dispares y una escasa disposición a acatar liderazgos. A las marchas y a los actos se han sumado, por lo demás, muchos jóvenes que parecen haber dejado atrás la acomodaticia instalación que ha marcado a su grupo generacional en los últimos dos decenios.
Es verdad que las iniciativas que nos ocupan contaron con un estímulo poderosísimo: la escasa inteligencia del discurso del Partido Popular, incapaz de modelar sus argumentos, de adaptarlos a una realidad nueva y de dotarse de formas de comunicación moderadamente creíbles. Sería equivocado, sin embargo, atribuir a la disputa político-electoral que nos ha acosado -ha tenido su horizonte más inmediato en las elecciones del 25-M- un papel fundamental en la articulación del movimiento contra la guerra. Aunque la política en su sentido más convencional, y con ella las elecciones, preocupa, naturalmente, a muchos activistas -hablamos ahora de éstos, y no de una categoría más nebulosa como es la de los manifestantes-, no parece que constituya el núcleo de las inquietudes de gentes que alimentan al respecto hondos recelos. Digámoslo de otra manera: José Luis Rodríguez Zapatero en modo alguno ha sido, pese a los esfuerzos denodados de algunos medios de comunicación, el líder natural de las redes que se han propuesto plantar cara a guerras y globalizaciones.
Varios son, en una rápida ojeada, los retos que se revelan en el horizonte de quienes parecen decididos a mantener alta la bandera de la contestación. El primero de ellos, estrechamente relacionado con algo que acabamos de invocar, bebe en la necesidad de sortear ingenuidades en lo que atañe, como poco, a tres instancias distintas: el Partido Socialista, la Unión Europea y las propias Naciones Unidas. Con respecto al primero, muchos son los activistas que recuerdan que, al cabo, la política que ha abrazado en los últimos meses el presidente Aznar a duras penas podría explicarse si el PSOE, en el gobierno entre 1982 y 1996, no hubiese preparado el camino correspondiente. Para que la actual dirección socialista recupere su crédito en plenitud es preciso que revise muchas de sus actitudes de franco desprecio por el derecho internacional y, más aún, el contenido general de su apuesta de 1986, cuando el PSOE promovió un referéndum que selló una franca sumisión a Estados Unidos en el marco de la OTAN. Lo que entonces se dirimió tiene, inequívocamente, un peso decisivo para explicar lo ocurrido en las últimas semanas.
Por lo que a la UE respecta, el derrotero reciente de los gobiernos francés y alemán invita a recelar muy mucho de su pretendida voluntad de contestar la prepotencia que impregna a la política norteamericana. De manera muy significativa, tanto el uno como el otro se abstuvieron, en marzo, de convocar al Consejo de Seguridad y de promover una resolución condenatoria de la agresión estadounidense. Qué decir, en fin, de la ONU, a la que, una vez visiblemente ninguneada, y en una finta lamentable más, se le quiere otorgar ahora un fantasmagórico papel en la reconstrucción de Irak. No hay ningún motivo para concluir que ese patético personaje que es Kofi Annan reaccionará algún día como cabría esperar del puesto que ocupa.
Como quiera que lo que se deduce, inequívocamente, de lo dicho es que los movimientos están obligados a recelar de algunos de sus compañeros de viaje, nada más lógico que aguardar que su apuesta principal lo sea por ratificar la consistencia propia y extender el ámbito temporal de su acción. Es cierto, con todo, que la perspectiva de que EE.UU. amplíe sus acciones militares a nuevos escenarios no garantiza, al menos en el corto plazo, que los movimientos disfruten al respecto de un impulso suficiente. Lo más sencillo es, entonces, que se autoencomienden otras tareas y que recuperen su peso, por ejemplo, las vinculadas con el designio de contestar la lógica de la globalización neoliberal.
Un reto adicional estriba en concretar en hechos muchas de las protestas vertidas. Los movimientos tienen que ir más allá de la algarada callejera o de los actos públicos de contestación, como tienen que trascender la impronta de espectáculo que ha acompañado a muchas de sus iniciativas. Las campañas encaminadas a conseguir que la ciudadanía le dé la espalda a los productos estadounidenses y las orientadas a allegar ayuda para socorrer a las víctimas de las numerosas guerras que jalonan el planeta bien pueden ser horizontes prácticos que permitan que las redes que nos ocupan se consoliden en el tiempo. Como tales, tienen una inequívoca ventaja: la de invitar a la ciudadanía a actuar en esos larguísimos períodos que median entre las elecciones.


 
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