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último apunte de diario Prólogo a "Murray Bookchin: por una ecología social y radical", de Floreal M. Romero y Vincent Gerber
   
 
18/05/2019 | Carlos Taibo | Ecología - anarquismo |
Libélula Verde, Barcelona, 2019
 
Creo que, por fuerza, la versión original de este libro tuvo que ser bien recibida en Francia. Y ello por una razón fácil de explicar: el eco que en ese país ha tenido la obra de Murray Bookchin ha sido de siempre reducido, de tal manera que la rápida, pero eficiente, operación de rescate acometida al respecto por Gerber y Romero tenía necesariamente que dar sus frutos. Admitiré de buen grado que el escenario español, y con él la posibilidad de acogida de un trabajo como éste, es moderadamente distinto, siquiera sólo sea por una razón principal: entre nosotros menudean, es cierto, las traducciones de Bookchin, aun cuando, y en sentido diferente, quepa discutir si es un autor realmente leído y, más aún, si sus textos han suscitado la discusión que merecen. Hora es ésta de hacer votos para que un trabajo como el que ahora prologo tenga el efecto saludable de interesar por la obra de Bookchin al incipiente decrecentismo celtibérico y se sume a la atracción que esa obra ha suscitado por efecto de su influencia, muy notable, en la gestación del “confederalismo democrático” que ha adquirido carta de naturaleza en Rojava, en Siria, en el seno de comunidades con mayoría de población kurda.

Obligado estoy a subrayar que el libro que el lector tiene entre sus manos aporta, antes que nada, y ciertamente, una explicación sugerente de por qué Bookchin es, en efecto, un precursor del decrecimiento. Pero, de rebote, y a mi entender, constituye al tiempo una muy sugerente introducción a la obra entera de nuestro autor. Gerber y Romero nos recuerdan, de cualquier modo, y voy a por la primera dimensión que acabo de glosar, la apuesta de Bookchin en provecho de una reducción progresiva del tamaño de las ciudades, su defensa de la fusión entre éstas y el campo, el deseo de alentar una reducción paralela del tiempo de trabajo, el objetivo de propiciar la generación de bienes duraderos o el designio de promover el asentamiento de un modo de vida alternativo. Creo que la lectura de los trabajos de Bookchin es importante a efectos de darle savia nueva a la cada vez más visible y activa corriente libertaria que se hace valer dentro de los movimientos e iniciativas decrecentistas, y a la hora de imprimir al cabo a éstas un sentido más radical y revolucionario. Bookchin se pronuncia con claridad, al respecto, por la expansión de las iniciativas de apoyo mutuo, por una democracia municipal ejercida a través de asambleas ciudadanas y por una federación de ecocomunidades, frente a las corrientes que cabe entender que postulan un decrecimiento de carácter personal y poco cuestionador del orden capitalista imperante. Importa mucho subrayar al respecto –lo hacen los autores de este libro- que la contestación del crecimiento y sus miserias que está presente en la obra de Bookchin acarrea por necesidad una contestación paralela de la institución Estado, y del Estado-nación centralizado, realizada desde la perspectiva de una defensa franca de la democracia directa.

En ningún momento ocultan Gerber y Romero, sin embargo, que nos hallamos ante un autor polémico. No creo que esta circunstancia opere en detrimento, en modo alguno, del interés que debe suscitar la obra de Bookchin. Me parece, antes bien, que es un acicate para promover debates que, por necesarios, sería lamentable rehuyésemos. Ahí están, por ejemplo, los que afectan al papel que debe corresponder a los sindicatos –denostados por Bookchin como maquinarias de integración en el sistema-, a la defensa, por nuestro autor, de lo que algunos han entendido que era una suerte de anarquismo militantista reñido con los elementos hedonistas que habrían acarreado la contracultura y otros movimientos parejos, o –y ésta es una discusión que me parece menos interesante- a una eventual participación de los movimientos alternativos en las elecciones municipales.

Me parece, con todo, que de entre las polémicas suscitadas por Bookchin la más relevante, por lo que hace a su proximidad con la perspectiva del decrecimiento, es, sin duda, la de la tecnología y sus potencialidades. De ella dan cumplida cuenta Gerber y Romero. Confesaré que, con las cautelas que procedan, me siento más próximo del Zerzan que afirma que todas las tecnologías creadas por el capitalismo llevan por detrás la impronta de la división del trabajo, de la jerarquía y de la explotación, que con la idea bookchiniana –bien es verdad que expresada con muchos matices- que sugiere que a muchas de aquéllas, o a algunas de aquéllas, es posible atribuirles una condición neutra. Sospecho que Bookchin, que en modo alguno ignoró el sinfín de usos perversos, cuando no criminales, de la tecnología, habría ido cambiando sus percepciones de haber vivido unos años más, y lo hubiera hecho, en singular, de haber considerado seriamente el riesgo de un colapso general, con sus consecuencias en materia de reducción de energía ofertada y de imposibilidad de empleo de muchas de las tecnologías de las que hoy el sistema dispone.

Acabo con una recomendación encarecida que se sigue de la lectura de la obra de Gerber y Romero: la de que hay que acercarse a los libros de Bookchin. Confesaré al respecto que, cuando, hace unos meses, puse manos a la tarea de redactar un libro muy breve relativo a la historia del anarquismo español, el texto más iluminador con el que me topé en lo que se refiere a las percepciones de nuestros libertarios sobre el trabajo, sobre el tiempo, sobre el bienestar, sobre el hedonismo y sobre la mercancía llevaba la firma de Murray Bookchin. Nuestro autor combinaba en esas páginas su conocimiento del movimiento anarquista local y la originalidad de sus percepciones en lo que hace a cómo los seres humanos se han relacionado entre sí, y con el medio, en las sociedades precapitalistas y en las que hoy tenemos la desgracia de padecer.


 
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