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último apunte de diario Ucrania: del naranja a la farsa
   
 
12/02/2009 | Carlos Taibo | Ucrania - Europa del este |
El Correo (12 de febrero de 2009)
 
A la luz de lo ocurrido en los últimos meses en Ucrania, y como corolario de un proceso que se larvó años atrás, parece servida la conclusión de que la revolución naranja que tanto entusiasmo suscitó entre nosotros a finales de 2004 ha quedado convertida en una genuina farsa.
El lustro transcurrido desde entonces ha sido literalmente calamitoso para Ucrania, algo que demuestra de manera fehaciente el pobrísimo resultado alcanzado por el ya ex presidente Víktor Yúshenko en la primera vuelta de las elecciones recién celebradas. Recuérdese que en el otoño pasado sólo un 7% de los ucranianos estimaba que su país iba por el buen camino, frente al más del 50% que sostenía otro tanto a principios de 2005, cuando Yúshenko se hizo con la presidencia en Kíev. A la crisis económica, endémica, se ha agregado durante estos años una permanente y aguda confrontación política. Ello ha sido así aunque –y dicho sea en descarga del presidente derrotado– Yúshenko no ha procedido a crear un régimen autoritario como el que al cabo ha cobrado cuerpo, sin disimulo, en Rusia –acaso no ha podido– ni parece haberse enriquecido –dejemos que el tiempo lo confirme– personalmente.
El derrotero de los acontecimientos ucranianos de los últimos años lo ha determinado, ante todo, la condición de las tres figuras políticas que han mantenido una presencia de primer plano. Hablo del mentado Yúshenko y de quienes han contendido en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales: Yulia Timoshenko y Víktor Yanukóvich. Bastará con subrayar que todos ellos han mantenido una llamativa y enconada confrontación en un escenario en el que, sin embargo, todos ellos han aceptado, en un grado u otro, las posiciones de los rivales. Piénsese que de un tiempo a esta parte Yanukóvich –el dirigente formalmente prorruso– corteja sin recelos a la Unión Europea, mientras Timoshenko –la primera ministra prooccidental–, tras darle la espalda a la Alianza Atlántica, no ha dudado en buscar la concordia con Rusia y hoy está a partir un piñón con Putin.
A duras penas sorprenderá que, así las cosas, por detrás de todos estos personajes se barrunten apoyos empresariales y financieros que son de hecho intercambiables, y que desdibujan cualquier certeza a la hora de describir a los grupos de presión correspondientes. Acaso nada ilustra mejor todo lo anterior que la posición asumida por Moscú, que, en este caso, y con notable inteligencia, bien se ha cuidado de no depositar todos sus huevos en la misma cesta. Aunque en una primera lectura pareciera como si Dmitri Medvédev, el presidente ruso, hubiese respaldado a Yanukóvich, mientras Vladímir Putin, el primer ministro, hacía lo propio con Timoshenko, más sólido resulta el argumento que sugiere que Rusia ha preferido no arriesgar en sus apoyos, sabedora, claro, de que el vencedor de las presidenciales ucranianas estaba obligado a pasar por muchos de los aros que Moscú impone.
Las cosas como fueren, la tragedia ucraniana contemporánea encuentra un termómetro adecuado en el hecho de que tres dirigentes que suscitan, con claridad, más desafección que apoyos sigan ocupando hoy toda nuestra atención. Aunque Yúshenko haya quedado fuera de juego, su intuida desaparición del panorama político local en modo alguno augura que en los años venideros van a remitir las tensiones. Como anticipo de lo que éstas pueden ser, ahí está el pronóstico general que apunta que lo más probable es que las polémicas sobre el resultado de la segunda vuelta de las presidenciales vayan a más en las próximas semanas.
Bien es verdad que, en virtud de su singularísima posición geoeconómica y geoestratégica, los ciudadanos ucranianos deben saber que, para bien o para mal –aunque probablemente más para lo segundo que para lo primero–, el margen de maniobra autónomo que corresponde a su país, emparedado entre dos grandes, es reducido. Hay quien piensa, con respetable criterio, que Ucrania, condenada a moverse entre Occidente y Rusia, debe asumir con orgullo el papel de un país no alineado en una región en la que no hay, pese a las apariencias, nada que recuerde, hablando en propiedad, a la confrontación entre bloques de antaño. Claro es que, para asumir con tranquilidad un proyecto de esa naturaleza hace falta apaciguar las tensiones internas que se revelan entre las dos mitades de la Ucrania contemporánea.

 
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