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último apunte de diario Los fracasos de Putin
   
 
12/03/2004 | Carlos Taibo | Rusia - Europa del este |
La Clave (nº152, 12 de marzo de 2004)
 
Todo el mundo lo sabe: Putin va a ganar, acaso de calle, las presidenciales rusas. Obligado es preguntarse qué es lo que ha hecho para granjearse semejante apoyo popular. Varios datos se acumulan al respecto: la inevitable comparación con un antecesor alcohólico y caprichoso; el formidable aparato de poder y propaganda del que el presidente disfruta; la represión experimentada por los medios independientes; la insoportable liviandad de la oposición y, en fin, una bonanza económica tan artificial como, tal vez, pasajera. Por decirlo rápido y mal, Putin se ampara antes en las aberraciones de un régimen autoritario que en el libre y competitivo juego que comúnmente se atribuye a la democracia.
Y es que cuando uno se lanza a la tarea de desbrozar lo que han sido los cuatro años de presidencia de Putin descubre al poco que no es oro todo lo que reluce. Hay que recelar, muy al contrario, de una imagen que se ha instalado cómodamente entre nosotros: la de un dirigente político fuerte y decidido que se está saliendo con la suya. Digamos, por lo pronto, que Putin encabeza un frágil y desarticulado Estado federal: nuestro hombre en modo alguno ha conseguido doblegar a los presidentes de repúblicas y regiones, y ello por mucho que lo ha intentado de la mano de draconianas medidas centralizadoras.
Tampoco es aconsejable creer que Putin está ganando la batalla en Chechenia. Claro es que, en lo que a ésta respecta, obtiene sus buenos dividendos, a costa del sufrimiento ajeno, de la mano de la autoconversión en adalid de una lucha sin cuartel contra el terrorismo. Hay que preguntarse, con todo, cuánto tardará en instalarse en la opinión pública rusa la impresión de que las fórmulas abrazadas por Putin en Chechenia conducen a un callejón sin salida.
No hay motivo para dar crédito, en tercer lugar, a la aseveración de que el presidente ha puesto firmes a los magnates, Antes bien, se ha comprometido a no reabrir causas legales llamadas a investigar cómo esas gentes labraron sus fortunas. Hay que distinguir lo tangencial -Putin se ha enfrentado a los oligarcas que han tenido la osadía de plantarle cara- de lo fundamental: en modo alguno se ha entregado a la tarea de desmontar el inmoral aparato de poder económico trenzado en el decenio de 1990.
La Rusia de Putin se ha visto beneficiada, en cuarto término, por una bonanza económica artificial, como es la derivada de la subida operada en los precios internacionales del petróleo. No parece, sin embargo, que la circunstancia haya sido aprovechada para aplicar genuinas reformas y, menos aún, para mejorar el nivel del vida de los desfavorecidos. Muchos piensan que en la eventualidad de un descenso en los precios internacionales del crudo Rusia podría retornar a la postración de los años de Yeltsin.
Agreguemos que Putin ha desplegado una política exterior marcada por el designio de acatar el dictado norteamericano. Pese a la retórica al uso, Rusia ha reculado visiblemente en el Cáucaso y el Asia central, y parece contentarse con algunas migajas del pastel energético. Nada más lejos de las ínfulas de gran potencia que Putin atribuye a su país.
El hecho de que en Rusia no exista un debate público ha reducido sensiblemente la posibilidad de que cuestiones tan delicadas como las anteriores inviten a analizar críticamente la situación. Hay que preguntarse, con todo, si semejante estado de cosas puede mantenerse en el tiempo o, en su defecto, si no será preciso, para ello, un incremento sustancial en la represión que en modo alguno puede descartarse.

 
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