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Preguntas sobre Milosevic |
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15/03/2006 | Carlos Taibo | Serbia -
Europa del este |
El Correo (15 de marzo de 2006) |
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En las últimas horas han sido muchos los expertos que se han preguntado por los posibles efectos, en Serbia en particular y en los Balcanes occidentales en general, de la muerte de Slobodan Milosevic. Pese a lo que rezan algunos análisis alarmistas, esos efectos parecen llamados a ser livianos. No hay ningún motivo para concluir que, si la sociedad serbia apenas reaccionó cuando, en 2001, el ex presidente fue trasladado a La Haya, lo vaya a hacer ahora. Y en el plano más general de los Estados nacidos de la vieja Yugoslavia, hace tiempo que la figura de Milosevic dejó de marcar las relaciones, los encuentros y los desencuentros.
Alguien puede sentir al respecto la tentación de echar mano de un argumento del que en más de una ocasión nos hemos ocupado en estas mismas páginas: es extremadamente llamativo que todos los personajes relevantes de la vida política serbia que disfrutaban de un papel de privilegio hace sólo una decena de años en estas horas estén muertos o se hallen entre rejas. Tal ha sucedido con Milosevic, con el asesinado primer ministro Zoran Djindjic, con el dirigente del Partido Radical, Vojislav Seselj –hoy en La Haya– o con el líder paramilitar Arkan, también asesinado. La certificación de que esto es así bien puede esconder, sin embargo, un error de percepción general: la desaparición física, o la anulación, de los principales protagonistas no implica en modo alguno un activo proceso de desplazamiento de las viejas elites. Más bien parece que lo que hace es ocultar este último detrás de una pantalla de apariencias. Nos hallaríamos ante un fenómeno similar al que se revela de la mano de una mención tan trivial como omnipresente: la afirmación de que el trabajo del Tribunal de La Haya para la antigua Yugoslavia se ve empañado por la incapacidad demostrada a la hora de colocar ante los jueces a los dos principales dirigentes serbios de Bosnia –Radovan Karadzic y Ratko Mladic– se ha convertido con el paso del tiempo en una socorrida excusa para no hablar de los muchos problemas que impregnan la realidad cotidiana del país en que esos dos infaustos personajes protagonizaron sus hazañas bélicas.
Claro que no se trata sólo de una permanencia, oculta pero bien real, de las elites que protagonizaron la guerra: tanto o más grave es que la ciudadanía siga en sus trece en lo que se refiere a la necesidad inexorable de reflexionar críticamente sobre lo ocurrido en el pasado. La razón principal por la que resulta harto difícil que los serbios se movilicen para solidarizarse con el recién fallecido Slobodan Milosevic estriba en el hecho de que nuestro personaje disfrutaba, pese a las apariencias, de escasa simpatía entre sus compatriotas. Ojo, sin embargo, a la hora de determinar por qué esto era así. La imagen principal que Milosevic ha legado en Serbia es la de un dirigente político corrupto e inmoral, que no dudó en emplear en provecho propio –en su caso, en el de sus familiares más cercanos– un poder incontestado. Reflexiónese un momento sobre lo que esto significa: decir que alguien es un corrupto cuando hay pocas dudas en lo que hace a su responsabilidad central en execrables crímenes de guerra en Croacia, en Bosnia y en Kosovo es errar, y dramáticamente, el disparo. Pues tal cosa es lo que sucede hoy en la opinión pública serbia: los más avanzados se avienen a aceptar que Milosevic colocó al país en guerras lamentables en las que –agregan– todos los contendientes se comportaron de manera similar. Es extremadamente difícil encontrar a alguien que ponga el dedo en la llaga, en cambio, de la responsabilidad fundamental de Milosevic –no de los serbios– en la macabra gestación de esos conflictos.
Arribemos a una sucinta conclusión: si no hay motivo mayor –parece– para preocuparse por las secuelas de la muerte de Milosevic, sí lo hay, por el contrario, para interrogarse por lo ocurrido en los últimos años, los de aparente pacificación, en los Balcanes occidentales. Limitémonos a reseñar que perviven incontestados muchos de los elementos que permitieron el acceso al poder del político ahora fallecido o que, en su caso, fueron creados o ahondados por este último. Ahí están, para testimoniarlo, un escenario económico muy delicado, lastrado por la presencia notabilísima de un capitalismo de perfiles mafiosos, la atávica debilidad de las sociedades civiles, caldo de cultivo para discursos nacionalistas agresivos, y una visible responsabilidad foránea que asume unas veces la forma de desidia y otras la de la defensa de intereses poco presentables. Más que preguntarse por las consecuencias en el corto plazo de la muerte de Milosevic, habría que calibrar dónde están todos esos recursos que las potencias occidentales se comprometieron a transferir a Serbia en el otoño de 2000.
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