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último apunte de diario Zozobras ucranianas
   
 
26/11/2004 | Carlos Taibo | Ucrania - Europa del este |
El Correo (26 de noviembre de 2004)
 
En la penumbra informativa todos estos años, Ucrania es un país que arrastra una crisis de intensidad difícilmente rebajable. Mientras eso que hemos dado en llamar la clase política rezuma descrédito por todas partes, la economía -mafias, reconversiones industriales, cierres de minas y hondos problemas sociales de por medio- no recobra el vuelo y la incertidumbre acecha a unas relaciones externas siempre pendientes de clarificación. En la zona de influencia de Rusia, pero con innegables espasmos camino de la Unión Europea, Ucrania ni siquiera ha podido beneficiarse de ese grifo del que emanan petróleo y gas natural que ha sacado de más de un atolladero, en los últimos años, a los gobernantes en Moscú.
En semejante escenario a duras penas sorprenderá que una parte significada de la población haya depositado su esperanza en imaginables cambios. Es dudoso, sin embargo, que éstos se apresten a llegar de la mano del candidato Yúshenko, por mucho que a tal asidero se hayan agarrado la abrumadora mayoría de los medios de comunicación occidentales. Y es que la cristalina distinción entre el citado Yúshenko y su rival Yanukóvich, a la que aquéllos se han aferrado, configura las más de las veces una interesada distorsión de la realidad.
Si no hay ningún motivo para recelar de las reflexiones que aprecian en Yanukóvich a un autoritario y corrupto apparátchik, conviene guardar las distancias frente a la edulcorada imagen de Yúshenko que acarician, entre nosotros, tantos analistas. ¡Como si, al cabo de los años transcurridos, el marchamo de prooccidental y partidario firme de la economía de mercado que adereza a este último fuese una pócima resolutora de todos los males¡ Ya hemos tenido la oportunidad de comprobar, en muy diversos escenarios, en qué han quedado las promesas vertidas por personajes similares, al cabo encandilados, también, por irrefrenadas pulsiones autoritarias y decididamente empeñados en asentar los negocios de unos pocos y los desastres cotidianos de los más.
Claro que no se trata sólo de eso. Al estudioso avezado le bastará con afrontar un ejercicio de memoria para recordar que en el decenio de 1990, y al calor de elecciones presidenciales y generales, ya se había manejado, en relación con Ucrania, el criterio que sugería que en aquéllas se verificaba una franca colisión entre candidatos o partidos prorrusos y prooccidentales. Significativo es que, con harta frecuencia, quienes se antojaban lo primero acabasen por comportarse como los segundos, no sin que faltasen ejemplos, tampoco, del camino contrario.
Y es que, digámoslo con claridad, el margen de maniobra de los gobernantes ucranianos, de tirios como de troyanos, ha sido y es muy reducido. Rescatemos al respecto el recordatorio de que Rusia tiene la sartén por el mango. No puede olvidarse que Ucrania, que no produce materias primas energéticas, depende de manera visible de los suministros de petróleo y de gas natural que llegan del gigante oriental, como no puede esquivarse la consideración de que la presencia significada de rusos en el este ucraniano invita a los gobernantes, en Kiev, a moverse con proverbial prudencia. Y al respecto es obligado rescatar un pronóstico generalizado, cual es el que subraya que Rusia, que acató, bien que a regañadientes, el alejamiento de las repúblicas del Báltico, del Cáucaso y del Asia central, no está llamada a mostrar tantos miramientos en lo que hace a sus dos vecinas eslavas: Bielorrusia y Ucrania.
Las dos consultas electorales recién celebradas en Ucrania configuran un fiel retrato de tanta zozobra. Ahí están, para testimoniarlo, las denuncias de una instancia tradicionalmente tan comedida como la OSCE, pero ahí están también las movilizaciones en la calle, que mucho recuerdan a lo ocurrido en Georgia un año atrás y en Serbia en el otoño de 2000. Por mucho que estos dos ejemplos inviten a sostener lo contrario, lo cierto es que el riesgo de generalización del conflicto, ahora o más adelante, no es menor, y que no faltan tampoco los estímulos, inquietantes, para que otros recurran, con razón o sin ella, a fórmulas de protesta similares. No haríamos mal en preguntarnos, por añadidura, por qué algunas de nuestras cancillerías, que guardan un silencio cómplice ante lo que despunta cada día en Chechenia, muestran tanta inquietud, en cambio, ante los avatares electorales de Ucrania.
 
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